Oda al asco

Empiezo a escribir estas líneas mentalmente mientras paseo a Lúa en brazos por decimayaperdílacuenta vez en el día y murmuro nuestro arrorro inventado. Creo que ya recorrí los 20 metros cuadrados que tiene el comedor un millón de veces y en cada vuelta que doy descubro algo nuevo por ordenar, limpiar o arreglar… es una calesita del horror y si existiera una sortija con premio, imagino que sería bajarse. Pero no.. hoy habrá que seguir girando un buen rato.

Lúa se pescó el virus boca, manos y pies, y encontrar la secuencia para dormirla y acostarla en la cama es casi como descubrir la combinación del cubo rubik. Algo que hasta ahora me resultó imposible.

Son días de ampollas, malestar y fiebre que resuenan como una sinfonía continua de secreciones, lágrimas, mocos y baba, que se confunden e impregnan en absolutamente todo. Al finalizar el día, me debato entre lavar la ropa o incinerar la casa…

Desde que soy madre hay cosas que me han pasado inumerables veces, como seguir durmiendo con la cama o ropa meada o vomitada y dejando una «babita de tela» para que absorba. Y aunque no tuviera en cuenta el desagradable arte de cambiar pañales cagados en el aire (y sus tristísimas consecuencias), reconozco que la mapaternidad es una verdadera oda al asco. Personas impresionables, ¡abstenerse! Lo peor es que yo era una de ellas y nadie me advirtió.

Esta semana,por ejemplo, fui a un taller de RCP y primeros auxilios pediátricos. Una odisea para mí, sabrán quienes me conocen, que suelo rodar por los suelos cuando los relatos involucran sangre. Así que ahí estaba yo, haciéndome nuevamente la valiente, como la vez que agarré un trabajo temporal en un hospital público de Dublín. Y como en aquella oportunidad, me pasé una buena parte del tiempo repitiendo mentalmente: «por favor, no te desmayes; por favor, no te desmayes», en una suerte de bucle traicionero que solo te permite visualizarte rodando por el suelo.

Pero no paso. ¡Olé! Supongo que he subido un escalón más en la pirámide de madurez de imprescionabilidad. Igualmente hubo momentos en los que me emocioné.. ¿Qué? ¿Te emocionaste en una charla de RCP? Sí lo sé, es difícil explicarlo pero lo cierto es que a mitad de la charla noté que estaba asintiendo vehementemente con la cabeza mientras los ojos se me ponían vidriosos de la emoción. Vi también que la paramédica que daba la charla advirtió mi conducta y me llamé al recato, ante el riesgo de que creyese que estaba sufriendo alguna extraña convulsión o que pudiera desnucarme.

Y ahora estoy acá, escribiendo este texto con una mano, mientras Lúa duerme encima mío porque no, no logré dejarla en la cama. Y lo intenté de todas las maneras imaginables… acostándola primero encima mío y moviéndola suavemente; cayendo lentamente de costado y prendiéndola a la teta; y hasta acostándome sobre ella e intentando zafarme de a poquito. A todas mis arremetidas respondió de una única manera: agarrapatándose con piernas y brazos hasta que no hiciera falta que la sostuviera.

Pero a su terquedad respondo con estoica determinación: aquí me siento yo a escribir con una sola mano, aunque me lleve tres horas; y dejando que la estela de mocos y baba que Lúa deja estacionada sobre mi hombro imprima el sello definitivo de esta maternidad invulnerable al asco.

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El duelo de los días maravillosos

Y nos vinimos con Lúa a Santa Fe para pasar el fin de semana largo y reencontrarnos con su ”abu harta» (abuela Martha) después de un par de meses. El pronóstico era auspicioso: todo el fin de semana soleado y con temperatura primaveral. Ya empezaba a saborear las siestita a puro sol y mate.

Como no viajamos a menudo, me tomé el colectivo con miedo a tener que andar haciendo malabares para evitar berrinches y no molestar al resto de los pasajeros.

Y es que yo también estuve del otro lado, y lo único que deseaba entonces era que no me tocara sentarme al lado de un bebé cuando viajaba. Entiendo perfectamente que para muchos, el ritual del colectivo, que incluye escuchar música y dormir una profunda y anacrónica siesta, también es sagrado.

Pero una vez más mis preocupaciones me traicionaron y perdí el tiempo haciéndome la cabeza. Lúa se durmió apenas subió al colectivo y se despertó en Santa Fe. El alivio que experimenté me hizo rejuvenecer al menos 5 años.

El jueves ya estaba perdido porque llegamos después de las 4 de la tarde pero con todo el fin de semana por delante, no importaba demasiado este día soleado que dejábamos en el camino.

Sin embargo, la noche del jueves pintó un cielo oscuro sobre mis proyectos y Lúa inició una de sus ya conocidas sinfonías de tos, que me hacen bailar por la habitación de madrugada, al compás de un insolente catarro.

A la mañana siguiente, los mocos caían a mares, junto con mis planes de disfrutar del soleado fin de semana.

A la siesta, mientras el sol se metía sin miramientos a través de la persiana e iluminaba cruelmente toda la habitación, yo hacía el recuento de los maravillosos días de sol que había pasado encerrada en los últimos dos años, pandemia, beba recién nacida y catarros mediante.

Sé que parece injusto y que si algún día, Lúa, descubre estos apuntes, pensará que viví toda mi maternidad como si fuera una carga. Pero la verdad es otra.

Y es que para mí es muy importante tomar nota de cada espina, porque sé perfectamente que cuando este tiempo pase, solo quedará un recuerdo azucarado de estos primeros años.

Un día Lúa dejará de pedir teta y ’upa’, no se esconderá mas detrás de mis piernas cuando sienta vergüenza, ni vendrá corriendo a abrazarme cuando algo la asuste, gritando ”¡no pasa nada, no pasa nada!”.

Llegará ese momento en que toda esta dependencia se transformará en alas y yo esperaré verla volar feliz. Y cuando ese día finalmente llegue, sé que empezaré a idealizar todos los momentos que ahora pasamos juntas.

Sentiré que estos años fueron increíblemente mágicos y la nostalgia entrará en mi vida, como un caballo de Troya, disfrazada de buenos recuerdos.

Por eso, para cuando ese día llegue pienso armarme con toda mi batería de apuntes, para recordarme que además de preciosa, esta época fue para mí un desafío enorme.

Y si en el camino, hija hermosa, vos descubrís estas notas, también quiero que sepas que no quiero mentirme ni mentirte. Por eso, te hablaré del ’duelo de los días maravillosos’, estos increíbles días soleados que pasé acostada a tu lado, velando mocos de guardería.

Y espero que entonces comprendas que, aún cuando tuviera que resignar nuevamente los días más radiantes, elegiría volver a este fin de semana con vos siempre, para verte dormir otra siesta acurrucada a mi lado y abrazar tu infancia fugaz bajo mi ala.