El duelo de los días maravillosos

Y nos vinimos con Lúa a Santa Fe para pasar el fin de semana largo y reencontrarnos con su ”abu harta» (abuela Martha) después de un par de meses. El pronóstico era auspicioso: todo el fin de semana soleado y con temperatura primaveral. Ya empezaba a saborear las siestita a puro sol y mate.

Como no viajamos a menudo, me tomé el colectivo con miedo a tener que andar haciendo malabares para evitar berrinches y no molestar al resto de los pasajeros.

Y es que yo también estuve del otro lado, y lo único que deseaba entonces era que no me tocara sentarme al lado de un bebé cuando viajaba. Entiendo perfectamente que para muchos, el ritual del colectivo, que incluye escuchar música y dormir una profunda y anacrónica siesta, también es sagrado.

Pero una vez más mis preocupaciones me traicionaron y perdí el tiempo haciéndome la cabeza. Lúa se durmió apenas subió al colectivo y se despertó en Santa Fe. El alivio que experimenté me hizo rejuvenecer al menos 5 años.

El jueves ya estaba perdido porque llegamos después de las 4 de la tarde pero con todo el fin de semana por delante, no importaba demasiado este día soleado que dejábamos en el camino.

Sin embargo, la noche del jueves pintó un cielo oscuro sobre mis proyectos y Lúa inició una de sus ya conocidas sinfonías de tos, que me hacen bailar por la habitación de madrugada, al compás de un insolente catarro.

A la mañana siguiente, los mocos caían a mares, junto con mis planes de disfrutar del soleado fin de semana.

A la siesta, mientras el sol se metía sin miramientos a través de la persiana e iluminaba cruelmente toda la habitación, yo hacía el recuento de los maravillosos días de sol que había pasado encerrada en los últimos dos años, pandemia, beba recién nacida y catarros mediante.

Sé que parece injusto y que si algún día, Lúa, descubre estos apuntes, pensará que viví toda mi maternidad como si fuera una carga. Pero la verdad es otra.

Y es que para mí es muy importante tomar nota de cada espina, porque sé perfectamente que cuando este tiempo pase, solo quedará un recuerdo azucarado de estos primeros años.

Un día Lúa dejará de pedir teta y ’upa’, no se esconderá mas detrás de mis piernas cuando sienta vergüenza, ni vendrá corriendo a abrazarme cuando algo la asuste, gritando ”¡no pasa nada, no pasa nada!”.

Llegará ese momento en que toda esta dependencia se transformará en alas y yo esperaré verla volar feliz. Y cuando ese día finalmente llegue, sé que empezaré a idealizar todos los momentos que ahora pasamos juntas.

Sentiré que estos años fueron increíblemente mágicos y la nostalgia entrará en mi vida, como un caballo de Troya, disfrazada de buenos recuerdos.

Por eso, para cuando ese día llegue pienso armarme con toda mi batería de apuntes, para recordarme que además de preciosa, esta época fue para mí un desafío enorme.

Y si en el camino, hija hermosa, vos descubrís estas notas, también quiero que sepas que no quiero mentirme ni mentirte. Por eso, te hablaré del ’duelo de los días maravillosos’, estos increíbles días soleados que pasé acostada a tu lado, velando mocos de guardería.

Y espero que entonces comprendas que, aún cuando tuviera que resignar nuevamente los días más radiantes, elegiría volver a este fin de semana con vos siempre, para verte dormir otra siesta acurrucada a mi lado y abrazar tu infancia fugaz bajo mi ala.