La terapia de lo que nunca pasó

Después de 6 años me volví a encontrar con Lore, una de esas amistades-familia que me regaló Barcelona. Casi tod@s tenemos alguna Lore en nuestra vida, con quien no importa cuánta distancia haya pasado, encontrarnos es siempre como si nunca nos hubiéramos separado.

Dos cervezas y una hora en un bar fue todo lo que pudimos robarle a ese domingo que la traía de paso express por Rosario. «Estás igual», nos dijimos mutuamente, porque así lo sentimos. No importaba que ahora las dos fuésemos madres y hubiésemos pasado los 40. En muchos sentidos, seguíamos siendo las mismas soñadoras que amábamos darle vueltas a la vida desde las escalinatas de la parroquia de la Plaza de la Virreina.

«A veces fantaseamos con volver. Vos no?», dispara la pregunta infaltable. A lo que siempre le siguen un montón de «por qué sí» y «por qué no». Y lo contrafáctico que se va colando con los años en todas las conversaciones. «A veces pienso por qué no estudié otra cosa», dice y abre las puertas de ese torbellino de incertidumbres por el que tod@s nos dejamos arrastrar de tanto en tanto…

¿Haber hecho algo diferente en el pasado es garantía de algo? O en todo caso, ¿asegura conseguir lo que deseamos? Será que tanto «Volver al futuro» y «Efecto mariposa» nos han convencido de que una decisión tomada en el pasado puede llegar a determinar el curso de los acontecimientos presentes y futuros.

Como si de una sola decisión pasada dependiera todo este universo de causas y azares que es la vida. ¿Sería más feliz, estaría mejor económicamente, tendría más suerte o estaría más tranquila, si tal vez hubiera recorrido otro camino o perseguido otros sueños?

Es inevitable caer de tanto en tanto en lo contrafáctico, sin embargo, estoy convencida de que la vida es más parecida a «El día de la marmota» que a las dos películas anteriores. Y que por más que cambiemos todas las decisiones tomadas en el pasado, si no cambiamos nuestro modo de ser (estructuras mentales que determinan nuestro sentimientos y comportamientos), el resultado, al menos a nivel de nuestra propia percepción-emoción, seguirá siendo el mismo.

Lo contrafáctico tiene el romanticismo de una tarde lluviosa y el cinismo de la autoayuda. Es capaz de hacernos sentir una intensa nostalgia por algo que -de cualquier modo- probablemente nunca hubiera sucedido. Es tan mentiroso como necesario. Es terapia a medida de un domingo callado, en el que el mejor calmante para la inquietud del alma es la fantasía.

Siempre dije que no me arrepentía de ninguna de las decisiones que tomé en la vida y es verdad. Pero a la vuelta de la esquina igualmente, cada tanto, me asalta un «y si hubiera», como respuesta a las miles de preguntas que jamás podré responder.

Ya caía la noche cuando nos despedimos. Lore siguió de viaje con su familia y yo tomé un taxi de vuelta a casa, con un par de «si hubiera» de acompañantes, mirando de reojo la ciudad y dudando de todas mis certezas.