Asombrosamente la cuarentena se convirtió en una gran oportunidad para reflexionar sobre textos e ideas que surgen, crecen o se visibilizan a raíz de la actual pandemia. Algunos, creo, realmente importantes para no quedarnos en el romanticismo incrédulo o en el auto-compadecimiento.
Por eso, hoy, tengo muchas de ganas de compartir mis apuntes sobre una entrevista a la epistemóloga Denise Najmanovich (gran recomendación de Marisa Mántaras!) y de un posteo de la activista María Galindo (gracias Vicky Bonifacino por compartirlo conmigo).
Denise Najmanovich, el origen de la pandemia y la guerra que no es
La primera de ellas, Denise Najmanovich, es una epistemóloga que el lunes pasado fue entrevistada en el programa editorial Letra Chica, de Radio En La Mira. La charla tiene muchas aristas interesantes, pero me voy a centrar principalmente en dos o tres de ellas:
Para comenzar, Najmanovich refiere al origen de la pandemia -y creo que encuentra los argumentos precisos para echar por tierra tanta teoría conspirativa que anda dando vueltas. Explica que el Covid19 tiene un origen conocido e incluso anticipado y plasmado (entre otros) en el libro «Spillover» (Derrame) de David Quammen, publicado en 2012 (La Vaca realizó un artículo también muy interesante al respecto).
En su libro, Quanmen anticipa una epidemia de origen zoonótico (originada en animales salvajes), que muy probablemente sería el Coronavirus (o un derivado del Sars) y que su punto 0 sería China. Como explica Najmanovich, los distintos autores que se refirieron al tema coincidieron en que una de las vertientes fundamentales de la aparición del virus sería la convergencia entre la tala indiscriminada y la destrucción de los ecosistemas, que genera la migración de los animales salvajes y el cambio de su relación con los seres humanos.
Así, lo que se conoce como mega-granjas y agro-negocio contribuye a ese contacto humano-animal, donde un virus que no pertenece a nuestro ecosistema, migra hacia él por condiciones que el mismo ser humano, o mejor dicho, las multinacionales del agronegocio han producido.
La segunda idea que me parece importante destacar refiere a lo dañino que resulta la insistencia política, mediática y científica de referirse a la pandemia como a una «guerra», en tanto que conlleva una mirada del ser humano disociada de la naturaleza, que ignora o niega no solo el verdadero origen de la pandemia, sino el natural intercambio, entramado de vida y vínculo del hombre con su entorno.
Pero, además, creo que aquí es importante resaltar que considerar a la pandemia como una guerra profundiza también la separación entre las personas porque viven atemorizadas frente a la presencia de cualquier «otro», que podría ser el caballo de Troya de ese supuesto enemigo invisible. En este sentido, si algo ha evidenciado la pandemia, es que el Coronavirus no hermana ni iguala, sino que visibiliza y profundiza las diferencias.
Como explica Najmanovich: «si bien el virus no puede discriminar (porque no es un ser vivo), la enfermedad está fundamentalmente determinada por el contexto del huésped que la aloja».
La guerra contra l@s exlcuid@s
Y es acá donde me interesa rescatar algunos párrafos del post referido a los dichos de la activista boliviana María Galindo Neder. En él, la también psicóloga y comunicadora feminista expresa lo criminal de las políticas que pretenden combatir al virus negando los diferentes contextos y realidades que atraviesan a los pueblos. Si bien, el texto habla de Bolivia, creo que puede fácilmente extrapolarse a muchos otros contextos similares:
«El coronavirus es un instrumento que parece efectivo para borrar, minimizar, ocultar o poner entre paréntesis otros problemas sociales y políticos que veníamos conceptualizando. De pronto y por arte de magia desaparecen debajo la alfombra o detrás del gigante».
«El espacio Schengen, que es desde donde se ha propagado el coronavirus a esta parte del mundo donde habito, cierra su frontera a la circulación de cuerpos por fuera de ese espacio y cumple por fin el sueño fascista de que l@s otr@s son el peligro«.
«¿Y qué pasa cuando el coronavirus traspasa la frontera y llega a países como Bolivia?
Empecemos por decir que acá al coronavirus le esperaba ya en la puerta el dengue, que viene matando en el trópico –sin titulares en los periódicos– a las gentes malnutridas, a las wawas, a quienes viven en las zonas suburbanas insalubres. El dengue y el coronavirus se saludaron, a un costado estaba la tuberculosis y el cáncer que en esta parte del mundo son sentencias de muerte.
Los hospitales construidos la mayor parte a inicios el siglo XX con el auge del estaño y posteriormente modernizados, en los años setenta del siglo pasado, con el auge del desarrollismo, son mamotretos que colapsaron hace rato y donde la mala costumbre de curar a la gente siempre pasó por cuánto dinero tienes para pagar los medicamentos, todos importados e impagables.
Llegó por mil lugares, pero fue el cuerpo de una de nuestras exiliadas del neoliberalismo el estigmatizado y maltratado como “la portadora”, aunque ella y no otros hayan sido y sean quienes mantienen a este país. Los parientes de los enfermos se organizan para no dejar que se la hospitalice por el pánico, porque antes de que llegue el coronavirus en un cuerpo, había llegado en forma de miedo, de psicosis colectiva, de instructivo de clasificación, de instructivo de alejamiento».
Así, y tras describir tan visceralmente la realidad de gran parte de la población boliviana, María Galindo hace un llamamiento a la desobediencia a las políticas criminales del aislamiento, buscando rescatar las bases del cuidado social y comunitario, y dice:
«¿Qué pasa si decidimos preparar nuestros cuerpos para el contagio?«
«Necesitamos alimentarnos para esperar la enfermedad y cambiar de dieta para resistir.
Necesitamos buscar a nuestr@s kolliris y fabricar con ellas y ellos esos remedios no farmacéuticos, probar con nuestros cuerpos y explorar qué nos sienta mejor.
Necesitamos coquita para resistir el hambre y harinas de cañahua, de amaranto, sopa de quinua. Todo eso que nos han enseñado a despreciar».
Invisibilizar el grito de María Galindo es confirmar que existe una gran parte de la población que expresa una solidaridad clasista; más preocupada por preservarse a sí misma que por combatir los verdaderos orígenes de la pandemia y la exclusión. Porque tal como ella misma se ocupa por señalar:
«No poder respirar es a lo que nos condena el coronavirus, más que por la enfermedad por la reclusión, la prohibición y la obediencia».
Para seguirla pensando
Me sorprendió encontrarme con estos textos casi en simultáneo, porque ambos dirigen su mirada sobre esta falsa guerra a la que nos quieren reclutar. Bajo esa lógica, no sólo se ha ocultado el origen real de la pandemia (ignorando y justificando a los responsables), sino que se ha invisibilizado y castigado a los sectores más vulnerables de las poblaciones (aquellos que no pueden recluirse porque antes que morir a causa del coronavirus morirían de hambre o violencia; que no tiene acceso al sistema de salud; que están excluidos, marginados o desposeídos…).
Cuando vemos los noticieros y escuchamos las reflexiones sobre la importancia de «estar juntos» para afrontar a este «enemigo invisible», naturalizamos el miedo, sin sospechar que tras la romántica arenga a unirnos contra ese «algo» abstracto, lo que en realidad se eleva es un grito de lucha contra quienes no pueden -ni tienen cómo- defenderse de la pandemia ni de la realidad social que les toca.
En todas las crisis (económicas, políticas, sanitarias, etc.) poner atención a las metáforas con las que se las nombra es primordial para entender qué es lo que se pretende de los ciudadanos. El «enemigo» nunca es invisible y creer eso es ingenuo y peligroso. Cuando se nos quiere convencer de que luchamos contra algo foráneo (que nos es ajeno y que no tiene vínculo con nosotr@s mism@s), lo que en verdad se está instalando es la idea de que «el otro» es nuestro enemigo. Y ese otro puede cobrar cualquier forma: el vecino que es médico; el que no respeta la cuarentena; el que hizo turismo; el que se olvida el barbijo; el inmigrante; el pobre; el enfermo; cualquiera.
Porque cuando el enemigo es «invisible», entonces todos somos potenciales enemigos, mientras que los verdaderos culpables de los desastres ecológicos y del desarrollo y la mutación del virus se quedan muy tranquilos en casa, esperando para retomar su negocio.
El ser humano no está disociado de su entorno natural y ecológico, sino que forma parte de él. La pregunta en este caso sería, ¿cuánto tiempo más seremos capaces de sobrevivir al irreversible daño que (por acción u omisión) nos causamos a nosotr@s mism@s?
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